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Recuerdo claramente la etapa de mi vida cuando descubrí mi pasión por la fotografía– por capturar los detalles y momentos que me hacían realmente feliz, momentos que quería nunca dejar ir. Estaba en el séptimo grado en secundaria y fue cuando conocí a Patricia, quien rápidamente se convirtió en mi mejor amiga. Simplemente ‘clickeamos’. Primero fueron detalles como el hecho que teníamos la misma serie de televisión favorita y que nos encantaba escuchar indie– esa música que a nadie más le interesaba a los 13, en una época bombardeada de reggaeton y cultura pop. Pero luego descubrimos algo que nos hacía aun más similares: nos encantaba tomar fotografías. Ambas teníamos cámaras digitales compactas (la mía en realidad le pertenecía a mi papá) y ella tenía una vieja pero funcional Polaroid, y cada vez que nos reuníamos en casa de Patricia nos tomábamos fotografías y también documentábamos algunos momentos. Desde entonces nuestras cámaras han formado parte de nuestra relación como amigas.
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La primera vez que a Patricia y a mi nos separó la distancia (literalmente) fue a finales del 2007, un poco más de un año después de habernos convertido en amigas. Ella se mudaba a California a completar High School y nos estaríamos viendo solamente una vez al año durante cuatro veranos. Cuando mi amiga hizo su primera visita a Honduras en el verano de 2008, hicimos la primer serie de fotografías que nos describiría en el tiempo y reflejaría nuestra relación como ninguna otra cosa. Veo esas fotos ahora y me hecho a reír, pero también me llenan de una felicidad melancólica si así se puede decir. Después de esa vez, hicimos "sesiones" de fotos todos los veranos. Cambiaron las cámaras, cambiamos nuestras modas, superamos la metamorfosis de la pubertad (gracias a Dios) pero jamás cambiamos nosotras por dentro ni nuestro amor por capturar en fotografías nuestra peculiar amistad y todo lo que nos rodeaba.
En verano del 2011 Patricia regresó a vivir a Honduras, y nos encontramos siendo aún unas niñas que apenas comenzaban la universidad y todavía no tenían idea que hacer con sus vidas. Comenzábamos una nueva etapa, ahora juntas de nuevo, y así de fiel como nuestra amistad, la fotografía estuvo ahí para hacernos olvidar por ratos las nuevas responsabilidades y situaciones que nos presentaban retos como mujeres y universitarias. Patricia casi siempre andaba su Canonet (rollo, 35mm) y un tiempo después ambas compramos en eBay un par de Minoltas usadas que venían con diferentes lentes y rollos (¡ganga!), inspiradas a hacer más fotografía análoga. Recuerdo lo literalmente enfervorizadas que estábamos con nuestras nuevas-viejas cámaras de rollo. Pero la emoción con las cámaras análogas fue diminuyendo cuando descubrimos la maravilla de Instagram y el iphoneography– fotografía digital con iPhone– y finalmente ya teníamos también excelentes cámaras DSRL.
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Amamos Instagram desde que comenzamos a seguir cuentas como la de la revista Kinfolk, VSCO y de fotógrafos y bloggers que hacían del iphoneography un arte. Nos dimos cuenta que esta red social se podía aprovechar para mucho más que compartir selfies y usar diez hashtags para conseguir likes– Instagram impulsa la creatividad visual, y la galería que se crea en cada perfil puede ser realmente atractiva, siguiendo un estilo y estética, contando historias y convirtiéndose en una expresión visual de quienes somos. Patricia y yo pasamos mucho tiempo dejando las cámaras pesadas a un lado y acomodándonos a la conveniencia de la fotografía con nuestros iPhones y a lo práctico de Instagram para compartir las fotos recién capturadas. Se puede decir que nos convertimos en unas insta-obesionadas, cuidadosamente creando el aspecto de nuestra galería, el tipo de fotografías que compartíamos, las cuentas creativas que seguíamos y limitándonos a una app favorita para editar nuestras fotos.
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Cada una tiene su propio perfil en Instagram desde hace unos años, pero ahora compartimos la cuenta llamada ‘2978miles’. Esta nace a raíz que en Diciembre de 2015, Patricia partía de nuevo a California indefinidamente, separándonos de nuevo por 2,978 millas desde Tegucigalpa hasta Los Angeles. Inspiradas por el libro “A Year of Mornings”, decidimos fusionar nuestros intereses y pasiones en un proyecto visual utilizando como plataforma una red social que nos encanta. Creamos 2978miles con la idea de compartir entre las dos y con el resto del mundo una foto al día por un año donde sea que estemos, comenzando el 1 de Enero del 2016. El proyecto es un reflejo claro de nuestro amor por la fotografía y la vida, y de nuestra amistad que se ríe de nuevo ante la distancia.
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Los detalles:
- Cada fotografía lleva una descripción alusiva a nuestro día en general y al momento o la emoción que refleja, luego firmada ‘P’ o ‘J’.
- No compartimos nuestras fotos entre nosotras antes de publicarlas en la cuenta.
- Comenzamos editando las fotografías sin definir un estilo o una paleta de colores en específico, pero ahora después de 33 días, hemos llegado a seguir una misma línea visual armoniosa. A pesar que cada foto es diferente, en general nos unen los colores, la luz y el estilo de composición.
- La gran mayoría de las fotografías son tomadas con nuestras cámaras DSRL, de otra forma con nuestros smartphones.
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@2978miles en Instagram |
Esto es lo emocionante: entrar a la cuenta a diario y darnos cuenta qué hemos visto, qué hemos vivido y cómo nos hemos sentido durante cada día y ver que a pesar de la distancia seguimos siendo Patricia y Joan, unas amigas locas que aman la comida, las puestas del sol, la música y las emociones– todas las emociones. La fotografía es como una tercer mejor amiga, siempre ahí, siempre viviendo todo a nuestro lado. Ahora les invito a ustedes a seguirnos en esta emocionante aventura y compartir estas pasiones con nosotras al estilo del siglo XXI. ¡Gracias internet!
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